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XHUROO LA CASA QUE CAE

José Ángel Santiago


A un año del sismo que devastó poblados enteros en el Istmo de Tehuantepec, Xhuroo. La casa que cae, de José Ángel Santiago (Juchitán, 1990), se constituye como testimonio y memoria de un hecho cuyas repercusiones han sido importantes en la historia social y política reciente. Precisamente, una de las cuestiones por las que se hace evidente la importancia de la exposición es la necesidad de difundir el mensaje de la reconstrucción y no olvidarnos de nada: cientos si no miles de familias siguen viviendo entre ruinas; en cierto modo, no ha podido evitarse que la “casa siga cayendo”. Esa casa a la que hacemos referencia es resguardo y patrimonio, origen. Los zapotecos le dicen “casa” al pueblo, “Yoo”. Y siguen considerando al planeta como un hogar.

El autor visitó su pueblo natal tras el sismo, lo que lo llevó a reflexionar acerca de la magnitud de la tragedia. Al no encontrar una razón suficiente en la explicación física (el choque o acomodo de las placas tectónicas), decidió recoger toda clase de testimonios que pudieran dar luz a la naturaleza del terremoto. Juchitán, precisamente, es un territorio cuya vida histórica y social sigue teniendo una fuerte influencia mitológica. Para sus habitantes el idioma de sus antepasados salvaguarda su identidad, al igual que sus costumbres y la naturaleza que los circunda: todo está atravesado por el mito.

La metáfora familiar, la casa como extensión del cuerpo y la memoria individual, sirve como gozne para una serie de relatos que se extienden y trenzan con la memoria colectiva. La destrucción de una casa, la caída y la dispersión humana constituyen algunos de los signos característicos de nuestro tiempo. Cada una de las pinturas aquí expuestas echa mano de un mito diferente, de voces que se encuentran, de imágenes antaño tatuadas en la mente de los pobladores. La gran serpiente en la casa de palma que baja para reinstaurar el orden del cosmos (con desorden); los demiurgos que juegan de vez en cuando con la tierra (y la vida humana); los seres elementales, tortugas o peces, que con cada movimiento modifican el territorio físico, son sólo algunos de los relatos que dan vida a cada una de estas pinturas al fresco. Para el pintor es importante dar cuenta del movimiento diario de las cosas vivas, que es infinito.

José Ángel Santiago utilizó paneles de fibra de coco como bastidores. Similares a los que se utilizan para la construcción de casas en zonas asoladas por los desastres naturales: son duraderos y fáciles de montar. De algún modo, sirven al autor para contribuir en una reconstrucción metafórica de los hechos. Por otro lado, el tratamiento que se le da al panel para realizar el fresco hace que cada cuadro tenga que ser concluido entre 8 y 10 horas. Cada uno es entonces como un gesto, el resultado de una instantánea pictórica.

Ha ocurrido en la obra de José Ángel Santiago una constante entre biografía personal y vida animal: para el autor, la forma de una serpiente, o la de un lobo, se mantiene fiel al relato que intentamos hacernos sobre el origen de nuestro mundo. En esta ocasión ha decidido extender esa manifestación personal al terreno mítico. Cada fresco como la biografía de una tierra arrasada, de una zona constantemente amenazada por la devastación ecológica, el olvido de su idioma, el abandono de su tierra. Cada uno como lucha contra el olvido.

Acerca del nombre de esta exposición, sencillamente citaremos las palabras de Gubidxa Guerrero: “Mi madre decía que Xu, ‘terremoto’, es una onomatopeya, porque cuando un temblor se aproxima hace Xuuu, anunciándose”. Ese rumor no deja de estar latente: es el rumor que nos hace humanos.

Guillermo Santos




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