Adrian Guerrero
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Adrián Guerrero, Guadalajara, Jal 1975
La obra de Adrián Guerrero lleva años rozando los límites del lenguaje, explorando los hilvanes entre cuerpo, mundo, espacio y tiempo. En esta ocasión se yergue justo en el borde del disolverse: ahí donde la grieta y la ebriedad se pulsan. No sólo zarpa hacia dentro de la palabra para encontrar el punto en que lenguaje y realidad se tocan, sino que se detiene en la orilla del pasmo para contemplar el abismo con calma.
Las piezas que componen la exposición morar reconocen tanto la laceración como el enlace; están suspendidas en el estado naciente.
En el acero y en el acrílico los cubos están penetrados, tan unidos unos a otros que lo que salta es la frontera, la hendidura. Así también, las palabras cuerpo y mundo están fundidas —con-fundidas— y la palabra adherir está precisamente así, herida. Herida de tiempo, se puede decir, porque el guión funge como puente —que separa y une a la vez—. Un puente que es la casa, la morada humana.
Bernardo García, febrero de 2020